Una de esas tantas situaciones que obligan a pensar, me hizo acordar de éste post. Una cosa lleva a la otra y de golpe estaba leyendo entradas antiguas repletas de recuerdos.
Sí, melancolicé. Y sí, voy a intentar ponerle onda y retomar con este blog que tantos buenos momentos trajo.
Hoy les quiero contar algo, pero no me sale escribir. Tengan piedad, ahí voy:
La cosa es que yo sé que las relaciones humanas están destinadas a cambiar, y que con el cambio viene la evolución. El tema es que si hace dos años alguien me preguntaba qué tal la facultad, el estudio, los compañeros, los amigos; yo iba a decidir qué contar, y con eso elegir a los amigos. Y decir que son geniales, que estoy tan contenta de haber armado un grupo tan bueno, tan compañero, tan acertado. Un grupo de amigos, reales.
El tiempo pasó, y con él varios momentos de decisiones. Si hay algo que uno escucha en este tipo de carreras es que todo el tiempo tomamos decisiones. Y así, fiel a mi opinión de las cosas, y a mi establecimiento de prioridades, para mí lo importante es cuidar a los que quiero y, sólo si para eso es imperiosamente necesario, ir dejando algunas convenienciasprofesionales de lado. Será que pienso que esto es la facultad, y que ese tipo de "deslices" todavía los tenemos permitidos.
Pues bien, no todos pensamos igual, y en esas diferencias es que los cambios se fueron planteando. Después de muchas, pero muchas elecciones que dos de estos amigos tomaron, yo ya no me siento igual. Tal vez esperaba que compartamos prioridades, o que, por lo menos planteemos cada uno las suyas, sin sorpresas. Nunca pasó. Me sentí estafada muchas veces. Esperé gestos nobles, compañeros, y me quedé con las ganas.
Pero los otros, que por suerte son más (ok, son 3 contra 2, no es demasiado pero lo son) hoy conservan todas las buenas características y ganaron más. Así que brindo por ellos, por la conservación de la amistad, y por la sinceridad y el diálogo, sobretodas las cosas.
Estoy cargada de una negatividad promiscua. Me sube, me vibra, activa la violencia en mí. Mezclada, revuelta, molesta. La odio, no me soporto.
¿Viste cuando dormías plácidamente y alguien te despierta con un vaso de agua helada en la cara, y pinches en los pies? ¿Viste que hasta ese momento eras feliz? Así era yo. Así hasta que me vino a interrumpir la paz. Dos veces, porque si la primera no atiendo, debe ser porque me gusta que me torturen. Y esa vocecita estirada, como de concheta arrepentida, y una calma finjida para tapar el susto, contesta a mi ¿Qué pasa?! con un ¿Dónde andaaaan? terrorífico.
Porque ni piensen que voy a gastar un hola, cuando claramente ya gasté mi paciencia.